Jueves, marzo 01, 2007
DIARIO DE ALCALA
EL TOPO
RECORTES DE PRENSA
Suelo recortar muchas noticias de los periódicos, entre ellas esquelas mortuorias de unos y los sucesos de Diario de Alcalá. Las razones ni yo mismo las sé, pero intuyo que las esquelas las recorto imitando a Cela quien rescataba los nombres de sus novelas de las listas de los fallecidos, y los sucesos del Diario porque me gusta como titula Sonia Romero y porque detrás de un suceso siempre se trama el devenir de la condición humana. Entre los casos figura el de un alcalaíno que ha sido detenido unas cuarenta y tantas veces. Desconozco su vida. Me gustaría conocerlo y charlar con él. Que me contara lo que quisiera. Le creería. Las circunstancias por las que ha tenido que pasar no deber haber sido caminos de rosas, pero tampoco es uno de estos delincuentes que asesinan o roban desde los despachos. Su edad debe recorrer esos caminos gloriosos de los cuarenta a los cincuenta y su profesión, como la de todos, debió comenzar hacia los dieciocho. Supongamos que los dos o tres primeros años, incluyendo la época del servicio militar, fue hábil y nunca se dejó cazar por la policía. En consecuencia, la primera detención debió suceder hace unos veinte o treinta años. Desde entonces hasta ahora la media ronda las dos por año: el tiempo de retención resulta escaso porque el delito o la falta tampoco parece grave. Quiero imaginarlo con alguna afición fortísima por los coches, por ejemplo, o por los dulces u otra inocentada de tamaño parecido. Conocí a otro hombre que también acumulaba detenciones cuya especialidad delictiva se limitaba a localizar un auto de marca, subirse a él, salir a la autopista traspasar todos los límites de velocidad, parar en una gasolinera, llenar el depósito, regresar al punto de partida y dejar el vehículo aparcado lo más cerca posible de donde lo tomó prestado. Los policías le conocían y él se sabía el comisario que le tocaba de guardia. Había entre ellos esa relación que el comisario Maigret mantenía en las novelas de Simenon con los delincuentes: una cierta complicidad, una cierta comprensión y un necesitarse los unos a los otros para seguir jugando al escondite. Me contaba también este hombre que la última vez que le pillaron fue por una tontería: un coche había dejado abierta la ventanilla del copiloto y en el mismo asiento una cartera de mano. Él alargó el brazo y asió el maletín. El dueño del coche lo agarró a él con fuerzas por el cuello. Un coche patrulla pasaba por allí. Todos se conocían: el del coche a los guardias y los guardias al del maletín. "No has tenido suerte –le dijo el dueño del coche-. El maletín sólo lleva catálogos de ventas." "¿Tú otra vez?, -le saludó el comisario." Y el contestó: "Sí. Ya llega el invierno y prefiero pasarlo en Meco. Escriba lo que quiera en el marrón, que yo lo firmo, pero que me aseguren la pensión por lo menos hasta San José porque me gusta acudir a la Fallas." Las esquelas de los muertos las dejamos para otro día.
RECORTES DE PRENSA
Suelo recortar muchas noticias de los periódicos, entre ellas esquelas mortuorias de unos y los sucesos de Diario de Alcalá. Las razones ni yo mismo las sé, pero intuyo que las esquelas las recorto imitando a Cela quien rescataba los nombres de sus novelas de las listas de los fallecidos, y los sucesos del Diario porque me gusta como titula Sonia Romero y porque detrás de un suceso siempre se trama el devenir de la condición humana. Entre los casos figura el de un alcalaíno que ha sido detenido unas cuarenta y tantas veces. Desconozco su vida. Me gustaría conocerlo y charlar con él. Que me contara lo que quisiera. Le creería. Las circunstancias por las que ha tenido que pasar no deber haber sido caminos de rosas, pero tampoco es uno de estos delincuentes que asesinan o roban desde los despachos. Su edad debe recorrer esos caminos gloriosos de los cuarenta a los cincuenta y su profesión, como la de todos, debió comenzar hacia los dieciocho. Supongamos que los dos o tres primeros años, incluyendo la época del servicio militar, fue hábil y nunca se dejó cazar por la policía. En consecuencia, la primera detención debió suceder hace unos veinte o treinta años. Desde entonces hasta ahora la media ronda las dos por año: el tiempo de retención resulta escaso porque el delito o la falta tampoco parece grave. Quiero imaginarlo con alguna afición fortísima por los coches, por ejemplo, o por los dulces u otra inocentada de tamaño parecido. Conocí a otro hombre que también acumulaba detenciones cuya especialidad delictiva se limitaba a localizar un auto de marca, subirse a él, salir a la autopista traspasar todos los límites de velocidad, parar en una gasolinera, llenar el depósito, regresar al punto de partida y dejar el vehículo aparcado lo más cerca posible de donde lo tomó prestado. Los policías le conocían y él se sabía el comisario que le tocaba de guardia. Había entre ellos esa relación que el comisario Maigret mantenía en las novelas de Simenon con los delincuentes: una cierta complicidad, una cierta comprensión y un necesitarse los unos a los otros para seguir jugando al escondite. Me contaba también este hombre que la última vez que le pillaron fue por una tontería: un coche había dejado abierta la ventanilla del copiloto y en el mismo asiento una cartera de mano. Él alargó el brazo y asió el maletín. El dueño del coche lo agarró a él con fuerzas por el cuello. Un coche patrulla pasaba por allí. Todos se conocían: el del coche a los guardias y los guardias al del maletín. "No has tenido suerte –le dijo el dueño del coche-. El maletín sólo lleva catálogos de ventas." "¿Tú otra vez?, -le saludó el comisario." Y el contestó: "Sí. Ya llega el invierno y prefiero pasarlo en Meco. Escriba lo que quiera en el marrón, que yo lo firmo, pero que me aseguren la pensión por lo menos hasta San José porque me gusta acudir a la Fallas." Las esquelas de los muertos las dejamos para otro día.
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