miércoles, 22 de enero de 2020

HISTORIAS DE AMOR

      Aquel hombre había llegado ya a la edad en la que la única esperanza se basa en la última partida que se estima y se entretiene en cada una de las vueltas del camino solo para entretenerse hasta la puerta del sol.
   Los hijos, ya mayores, le había proporcionado ramos que ya daban  fotos hasta la tercera generación.
    Su mujer, compañera desde la más tierna juventud, conocida de siempre, amada, querida, amiga, sirvienta y compañera siempre, había desaparecido unos días que el sol caía más tarde.
      Lo cierto es que sintió un cierto desahogo cuando vio que la cosa ya sólo le pertenecía a él. Ahora podría tirar los calcetines  bajo de la bajo de la cama sin aguantar los reproches de su compañera.             Pero esos silencios, la falta de reparaciones la libertad plena de la soledad la aplacaba paseando calle, y otros nombres encuadernando historias.                                                                                             Quizás de estas voces le llegó el eco a una mujer que apenas había conocido hacía más de treinta años.                                                                                                                                                                La circunstancia se dio cuando su hija mayor encontró su primer trabajo: maestra en en un pueblo perdido en la sierra de Murcia.                                                                                                                       Los inconvenientes del invierno y la in-comunidad  de los casos de maestros se peleaban con la acogida familiar de esta mujer madura en comparación con su hija.  La acogida duró los tres años que que la maestra estuvo allí.                                                                                                                               El tiempo pasó para todos  y esta mujer, patrona amable, envejeció y llegó a cobrar la pensión mínima que le otorgaba su cotización del régimen agrario. No vivía mal, pero notaba que la llegada a fin de mes no era muy holgado: ya no había nadie  a quién pudiera ver en el pueblo: no había niños estudiantes en el pueblo, la única maestra vivía en la ciudad, soltera voluntaria porque sus amores nunca había caminado por las líneas rectas de la reproducción sino por los arrebatos de otros cuerpos a los que no era fácil de llegar. A la patrona le llegó el eco de los paseos por las calles del antiguo conocido. Calculó que podía cuidar de aquel hombre bueno, veinte años mayor que ella, y con una paga de viudedad parecida a la suya. Juntar  ambas pensiones les vendría bien a los dos: ella saldría ganando y él también. "¡Podríamos casarnos -pensó ella- y de esa manera tendríamos mejor pensión."
      La inspiración le llegó una noche de invierno, ahora muchos más años más tarde,  sola en la cama recordado otra noche en que el frío fue sin aliarlo e invitó a la maestra jovencilla, a que se metiera en la cama para, entre las dos, compartir el calor de las escasas mantas.  Aquella noche de la maestrita ingenua aprendió que volar se puede hacer desde distintos miedos. Para la maestra fue la primera vez, eso  estaba segura para ella, desgraciadamente, fue lo último e inolvidable sueño compartido.                    Fue entonces cuando cuando tomó la decisión. Llamaría a la pupila. Sabía que no había suspirado su esmero pero tampoco la había rechazado nunca.                                                                     
-¡Oye Pepa, mira! Mira: sé que tu padre se ha quedado viendo y está solo en casa. Yo  me podría podría casar con él. No quiero la herencia, estate tranquila. Firmamos un protocolo en una notaría sobre mi renuncia total total a ella. Eso sí me partiría  heredar la pensión de tu padre si me deja antes de irme yo.                                                                                                                                                       Pepa sin hablar no contestó más allá de las buenas palabras que la larga amistad aconseja. Pepa llamó a su hermana que vivía más cerca del padre. La hermana sin inmutarse por el contenido de la comunicación contestó.
- Padre también se quiere casar, pero anda detrás de La Totona, esa mujer viuda de siempre, que vive tres esquinas por debajo de casa. No te quería decir nada, pero me tenía preocupada porque la mujer vive muy tranquila con su hijo y me da miedo que papá haga alguna tontería.
- Eso que tu dices no me parece mal. Llegaron las vacaciones, pregunté el fin de la historia y no pude encontrarlo . Sin embargo supongo que poco habrá cambiado. La amable patrona seguirá sin respuesta a su meditada y servicial pregunta, La Totona, seguirá sin saber que aún está a altura de su vida y resulta admirada por un vecino libre y el vecino libre siente sobre los libros de soledad dejada por la mejor con la que vivió toda la vida. Es cuando a él también le gusta la caída de  la tarde y sea larga, cálida, tranquila durante los veranos...
             

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