Lo primero comparar la libretilla y el boli, como decía antes. Con esto llego desde "La Elipa" (Ramón Patuel) a la bota - Calle Alcalá - con ganas de llegar a la librería donde me mandan como siempre a la esquina de la otra librería.
La siguiente búsqueda se encaminada hacia un bar que permitía la comodidad del asiento bajo y la mesa a medida. Salgo por Peñalver y tuerzo hacia Don Ramón de la Cruz. He llegado hasta Manuel Becerra y entrado en copas: por lo menos parecía bien, pero el "güisqui, ¡6,40! ¡joder cómo suena!,"
El ambiente del bar es al menos curioso, intrigante y singular. Nadie se compleja de los treinta años, pero tal vez esta circunstancia sea la que haga atractivo al local para, gente como yo, que ya hemos pasado las treinta y aún devuelven con carrerilla.
Las escenas dan lugar a cualquier inquisición sobre el comportamiento humano : el cine va animando al ritmo que el güisqui baje.
Entra un hombre de buena familia sin duda que se nota en la forma e vestir y pide un vaso de agua. Al camarero nuevo -¡tal vez!- se le plantea la duda, si procede, no servirlo.
La camarera una mujer ágil como ella sola, sale a fumar su cigarro y dice:
- ¡No me escapo, voy a fumar y me llamas!
- ¡No se ha escapado nadie sin pagar, no puedo correr, pero soy un hombre. - y el hombre arroja la bandeja al cuello de la señora.
La mujer hace una seña y el camarero nuevo, peruano, le sirve el agua.
El hombretón se despide con piropos para la camarera:
-¡ Eres la mejor, el niño que llevas dentro saldrá guapísimo
La camarera entristece y mira hacia mi. Yo me río.
El hombretón se va despidiéndose con los dedos más móviles de las dos manos.
La camarera se me confía y la comento el tópico:
- ¡Hoy ha sido fuerte el tío!
- Está enfermo - aclara la camarera - es una enfermedad de la cabeza, y yo, a esas personas las temo mucho vértigo.
¡TODA UNA LECCIÓN!
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